El núcleo central de toda actividad mental, consiste en ciertos pensamientos y su manifestación corporal, en forma de emociones, que son repetitivos y persistentes. Cuando nos identificamos con estas pautas aparece una «entidad» que tiene vida propia y que es el ego mismo. Identificación, es creer que somos ese pensamiento o esas manifestaciones corporales. La mayoría de la gente está completamente identificada con esa voz en la cabeza que piensa por si misma. Es como un torrente incesante de pensamiento involuntario y compulsivo que producen un gran cortejo de emociones. Se podría decir que estamos poseídos por «esos pensamientos» que viven como parásitos dentro de la mente. En cada recuerdo, interpretación, opinión, punto de vista, reacción, emoción, etc., hay un sentido de yo (ego). Como tu presente está condicionado por el pasado -educación, cultura, entorno familiar, etc.- acabas creyendo que eres ese pasado cuando en realidad solo eres una consecuencia de ese pasado.

Cuando decimos «yo» en cualquier contexto o circunstancia, en realidad no es tu ser verdadero el que habla sino más bien un proceso mental de acomodación a lo que esté aconteciendo. El ego quiere que todas las circunstancias «cuadren» con tu pasado o con tu futuro, pero casi nunca con el presente: «esto o aquello es así porque yo siempre he…», o, «yo lo que quiero es…», etc. Por eso no somos nunca «nosotros» sino más bien una acomodación de nosotros al pasado o al futuro, o dicho metafóricamente: somos la imagen reflejada por un espejo, pero casi nunca somos el espejo mismo. Debido a que el pasado y el futuro no existen -pues solo existe el presente- el ego se manifiesta en forma de pensamientos y emociones, o en un puñado de recuerdos con los que identificarse como, «yo y mi historia», también en papeles habituales que desempeñas inconscientemente (rutinas habituales: «yo no soy nada si no tomo un café por la mañana», o «me siento desnuda sin maquillaje»), en identificaciones colectivas como la nacionalidad, la raza, la clase social o la filiación política. Son muchas las identificaciones personales como las posesiones, la apariencia externa, resentimientos duraderos o conceptos de ti mismo como «mejor que» o «no tan bueno como» otros, como «soy un triunfador» o «un fracasado». Todas estás formas son poco duraderas y se desvanecen en poco tiempo por eso el ego las crea constantemente, para alimentarse de ellas. El ego se aburre pronto y necesita estímulos nuevos que le estimulen. El problema para el ser humano se presenta cuando se hace adicto a estas fantasías y comienza a vivir en un estado de inconsciencia crónica. Somos ego-adictos.

Todo ego está luchando constantemente por la supervivencia intentando protegerse y agrandarse, su alimento está en la identificación con las cosas, los pensamientos y la separación de los demás. El compulsivo acto de encontrar defectos en otras personas y quejarse de ellos es como una dieta que alimenta a la menta egótica:«cuando critico o condeno a otro, me siento superior y más grande como persona».

El menú del ego consiste en: quejas, discusión, insultos, gritos, resentimientos, violencia física y por fin el gran éxito del ego; la guerra.

La queja es la forma más común y favorita utilizada por el ego de mucha gente para reforzarse. El insulto es la forma más tosca que tiene el ego para tener razón y triunfar sobre otros, es una forma definitiva con la que no se puede razonar. La queja mantenida durante cierto tiempo se transforma en resentimiento. El resentimiento significa sentirse agraviado, amargado, indignado u ofendido. Al ego le encanta vivir en un estado de continuo resentimiento. En lugar de disculpar la inconsciencia de los demás, la convierte en alimento y en una forma de identidad. Cuanta más inestabilidad emocional, más contento se siente el ego, pues siempre tendrá una posibilidad para hacerse notar o poseer a otros en cuerpo y mente. La máxima aspiración del ego es controlar el cuerpo y la mente de otros. De aquí para abajo la inconsciencia de la mente se transforma en ego en estado puro: gritos, violencia física y por fin, las guerras.
Cuando te das cuenta de que el ego de los demás no es más que una disfunción colectiva humana, como una pandemia, una enfermedad a gran escala, entonces entras en un estado de conciencia en el que observas que no hay nada personal contra ti sino más bien un fastidio interior en la mente de las otras personas consigo mismas. Constatas que la gente vive con una enfermedad crónica que se llama «hacerse notar» para ser más . Entonces no necesitas reaccionar a los ataques egóticos de los demás, comienzas a actuar mentalmente con cordura, con una forma de conciencia no condicionada, comienzas a ser el espejo y no su reflejo. No reaccionar no es un signo de debilidad, más bien todo lo contrario, de fuerza. Comienzas a tener compasión y a perdonar, que son una manera de pasar por alto cualquier cosa que te digan o hagan.

Esta forma de actuar puede confundirse con una personalidad débil, pero no es así sino más bien todo lo contrario. No debe confundirse no quejarse, con no informar a alguien de un error o deficiencia que debe ser corregida. Por ejemplo: si te venden algo en mal estado, la forma egótica de actuar sería decir: «oiga, yo no consiento que me de usted a mi esta cosa en mal estado».

Aquí el ego está en el «yo» y en «a mi«. Estas dos palabras llevan dentro una carga de ego enorme. Sin embargo si decimos: «oiga, esto está en mal estado».

No aparece el ego por ningún sitio pues no creas ninguna afrenta contra la otra persona. Si no hay identificación con una frase, el ego no encuentra tierra abonada y no puede germinar, se disuelve. Solo has descrito una circunstancia, pero no la has potenciado con las palabras preferidas por el ego: yo, mi, mío.

Cuando te haces consciente del ego que hay en ti, deja de ser ego pues se transforma a través de la observación que tu conciencia ejerce sobre tu pensamiento o acción. Comienzas a ser consciente de tu ego o de tu propio pensamiento inconsciente que es lo mismo. Pones conciencia observadora sobre tu ego y este al ser descubierto se disuelve. Poco a poco, las viejas pautas de pensamientos condicionados por el pasado o por el futuro comienzan a debilitarse a la vez que te vas haciendo más y más consciente del presente que es lo que realmente estás viviendo siempre. La conciencia y el ego no pueden coexistir. El ego al ser objeto de meditación se transmuta en conciencia, la conciencia del ser que hay en todos los seres humanos: el Ser que nos une a todos. El ego no puede alimentarse de la conciencia. El ego sólo puede alimentarse del mundo de las formas, las cosas o los pensamientos -todas sujetas al control del tiempo- como el Ser no es ninguno de estos tres, pues es infinito, el ego no puede germinar y muere floreciendo la consciencia que es la manifestación humana del Ser.