Kuwada, empezó a practicar artes marciales con la intención de que los vecinos de su pueblo le tuvieran miedo y respeto. Pero al poco tiempo de empezar los entrenamientos, se dio cuenta de que llegar a ser un experto no era cuestión de poco tiempo.
Decepcionado por el entrenamiento intensivo de los katas, un día le preguntó al Maestro Funakoshi: “¿Cuándo vamos a aprender algo más? Llevo aquí mucho tiempo y no veo más que kata, kata y kata todos los días.”
Funakoshi, no replicó. Entonces se dirigió al sempai (alumno que tiene la confianza del Maestro), y le hizo la misma pregunta. Este le respondió:
“El entrenamiento de los katas es para pulir tu mente. Es mejor afeitar tu mente que tu cabeza. ¿Comprendes?”
Kuwada, no comprendió, y como protesta abandonó el dojo (literalmente; Lugar donde se alcanza el conocimiento).
Kuwada, que era tan duro de cuerpo como de entendederas, se transformó en un hombre de –una pelea por noche. Pronto fue conocido en el puerto por ir diciendo:
“Yo no tengo miedo a nadie”.
Una noche, Kuwada, mientras hacía su ronda buscando provocar una pelea, vio a un extraño que caminaba tranquilamente a lo largo de una tapia de piedra. Esta persona tenía una forma diferente de andar, como si se deslizara por el suelo, daba la impresión de estar muy seguro de si mismo a pesar de su poca estatura. Esto bastó para molestar a Kuwada y lo eligió como futra victima.
Corrió al otro lado de la calle y le esperó oculto detrás de un muro de piedra al final de la acera.
Nada más llegar el hombre a su altura, Kuwada le paró con el brazo izquierdo, lo extendió hacía su pecho y le espetó:
“Eh, tú. ¿Por qué andas tan raro?”
El hombre, sin mostrar la más mínima sorpresa, puso su mano derecha sobre el dorso de la mano de Kuwada, y con un simple giro de la muñeca hacía abajo, retorció la muñeca del joven llevándola hasta su cadera. Simultáneamente, flexionó las piernas hasta colocarse en una posición parecida a la de un jinete (Kiba dachi) –un practicante de karate hubiera reconocido inmediatamente uno de los movimientos del kata Tekki.
“Ahora, limpia el suelo de piedras con la mano derecha”, dijo el hombre de andares raros.
Kuwada, no podía resistir el dolor de la muñera, parecía como si fuera a reventar de dolor, así que obedeció. De vez en cuando, intentaba liberarse de la presa de muñeca, entonces el hombre apretaba un poco más y el dolor producido era tan intenso que le impedía respirar por lo que abandonaba enseguida su intento de zafarse. Así le tuvo más de quince minutos. Cuando el hombre que “andaba raro” se sintió satisfecho, le soltó y dijo:
“Practica mucho kata. Lucha contra adversarios imaginarios, lucha contra ti mismo y al final encontrarás la gran victoria: Vencerte a ti mismo. Esto es lo más noble que podrás hacer en tu vida”
Dicho esto, aflojó la presa de muñeca y se marchó tranquilamente andando sobre las losas de piedra que había hecho limpiar a Kuwada.
Días más tarde, Kuwada tuvo conocimiento de que ese era Otsuka, el mejor alumno del gran maestro Funakoshi, su antiguo maestro, el cual siempre insistía en la importancia de la práctica de los katas, no solo como defensa personal muy efectiva que disuade al atacante sin hacerle ningún daño duradero sino como vehículo para desarrollar la paz, la fuerza interior y la consciencia de cada acto, emoción o pensamiento que se produzca en tu vida.
El zen tiene un arraigo fundamental dentro del mundo de las artes marciales. En realidad cuando el practicante ha pasado la etapa inicial en la que solo se ve a si mismo y el ego domina cada acción, éste entra en un estado mental donde la búsqueda no es externa sino interna. El practicante que realmente busca algo de gran valor, se da cuenta de que lo que lleva tanto tiempo buscando, no está en una técnica más o menos perfecta, y mucho menos que su cuerpo se transforme en un arma letal, no, lo que descubre es que las artes marciales pueden transformar la conciencia del practicante. El aforismo siguiente lo describe a la perfección:
“AQUEL QUE SE CONQUISTA A SÍ MISMO, ES EL MAYOR GUERERO”.
Sabiduría Zen
Esta es la última y máxima aspiración de cualquier Maestro de Karate-do: llegar a un momento de la vida cuando descubres que lo más importante que puedes hacer durante los años que te toquen vivir es, poner en practica, o mejor aún ser conscientes ese otro aforismo predicado por Buda; “no es más grande aquel que gana mil batallas y hace mil prisioneros, sino aquel que gana la batalla consigo mismo”. Para entrar en esa nueva dimensión, solo hace falta dos características sencillas y particulares: entrega y humildad.
La entrega a un maestro, una sabiduría o a conceptos nuevos que te encaucen hacia la transformación, es una experiencia muy delicada y sutil. Equivocarse en la elección del guía implica caer en las redes de personas que van a controlar tu cuerpo y tu mente. Son como vampiros que viven alimentando su ego con la energía que extraen del control que ejercen sobre sus presas. La historia de la humanidad está llena de personajes de este tipo: Hitler es uno de los más notorios por su inmensa malignidad y es asombroso que todavía en la actualidad tenga adeptos que gustan de esas enseñanzas. En la actualidad, el reverendo Jones, que fue el responsable del suicidio colectivo de cientos de personas en la Guayana; la secta Monk, que realiza bodas eligiendo a las parejas aleatoriamente y, dentro de nuestro mundillo de las artes marciales, el numero es considerable; desde “maestros” fakires que creen que por hacer trucos de prestidigitación llegan a decir: “no ha habido en la historia nadie que haya sido capaz de hacer lo que yo hago”, u otros que prohíben a sus prosélitos visitar o conocer cualquier otra forma de practica que no sea la de ellos. Estos “controladores de cuerpos y mentes”, poseen un ego tan grande como el error en el que viven. Una historia zen lo describe con claridad:
Un discípulo del famoso maestro Po, conversa con un seguidor de otro maestro llamado Li. Li, que era conocido por su sencillez, tenía muchos más seguidores que el gran maestro Po. Esto enervaba a los discípulos de Po que no podían consentir que un maestro que no sabía hacer nada excepcional pudiera tener más adeptos que el suyo que era un portentoso exhibidor de poderío.
“Mi gran maestro Po, es más grande que tu maestro, el mío puede coger tierra con la mano y al abrirla de nuevo aparecen olorosos pétalos de rosa, también puede andar sobre las ascuas rojas y puede pasar un sable al rojo vivo por la lengua sin quemarse, y una vez, ¡le vimos andar sobre las aguas! También puede clavarse un puñal y no solo no sangra, sino que no le queda cicatriz. El sí es un gran maestro porque esas cosas no las puede hacer un maestro normal. Yo le seguiré toda la vida y algún día seré capaz de hacer esas cosas portentosas. Sacrificare muchos años de duros entrenamientos para lograrlo; comeré solo almendras y agua, dormiré tres horas al día, no tendré ni sexo ni hijos que me distraigan, no hablaré, no bailaré y no reiré jamás, de esta manera toda mi energía se concentrara hacia los fines que deseo conseguir. ¡Que gran maestro tengo que me va a enseñar como conseguir hacer proezas!”
Haciendo una pausa y ante la pasividad de su interlocutor, con mirada maliciosa, preguntó:
“Tu maestro que sabe hacer”, a lo que el seguidor del humilde maestro Li, contestó:
“Li nunca dijo que fuera maestro de nada, nosotros le llamamos maestro porque así nos sentimos un poco más importantes, él solo nos enseña a que cuando comamos, nos identifiquemos con la comida que acabará siendo parte de nosotros mismos. También nos dice que al oler algo, seamos el olor. Que cuando bebamos agua, sea solo eso lo que
perciba nuestra conciencia y que sintamos solo lo que se está produciendo en ese momento. Lo llama –estar presente. Si lo que haces es volar, bien, observa cómo vuelas y si lo que hacer es estar sentado y mirar, bien, que sea ese el milagro que se está produciendo en ese instante –estar sentado y mirar. El gran milagro es sentir la vida en cada momento presente no importando el volumen, la calidad o la importancia de lo que hagas. El estado de presencia consciente, es el gran milagro”.
Al oír estas palabras, el discípulo del gran maestro quedó aturdido, después lloró, y cuando por fin se desató el nudo que se había producido en su garganta, respiró profundamente y dijo:
“Es la primera vez que soy consciente de mi llanto y he respirado por primera vez en mi vida, lo he hecho por primera vez con consciencia. Ahora se lo que es vivir”.
Li, su antiguo “gran maestro” quedó tan lejano como cualquier instante de su vida y el anterior. La presencia del pasado en el momento presente se desvaneció como cada instante al siguiente. Desde ese momento todo en su vida fue –sensación de vivir el presente, que es lo único que existe y es donde se realiza cualquier acto vivo. Vivió el resto de su vida contestando el mismo a la pregunta que propuso a su amigo:
“¿Tu maestro que sabe hacer?”
“Vivir cada momento con plena consciencia”