Después de que Matsumura recibiera el honorable titulo de BUSHI , sucedió un acontecimiento que acrecentó todavía más la reputación misteriosa del maestro. No solamente el bushi tenía fama de ser el más grande experto en Artes Marciales, sino que, en los aspectos sicológicos, también dominó grandes y misteriosos poderes.
Sucedió un día cuando Sokon Matsumura, que era un gran fumador de pipa, decidió ir a visitar al mejor grabador de la ciudad para hacer una talla en el cuenco de su más apreciada cachimba de marfil. Quería representar una figura representativa de la mitología. El famoso artesano era también un artista marcial muy conocido y todo el mundo le respetaba en el vecindario más por este motivo que por ser un buen artista tallador. El hombre se consideraba a sí mismo, como el mejor karateka de la ciudad y estaba convencido que podría enfrentarse a cualquier experto. Se llamaba Uehara y no pertenecía a ninguna escuela reconocida. Hasta entonces, ésta circunstancia había sido una gran ventaja para él, pues no tenía que dar explicaciones a nadie que le recriminara su excesiva beligerancia o petulancia. Los autodidactas, sólo dan explicaciones a ellos mismos y siempre muestran un alto nivel de arrogancia y falta de humildad, lo cual quizás sea una mancha moral, pero da muchas ventajas sociales pues todo lo que hacen es para ellos mismos. Nunca rinden cuentas a nadie por encina de ellos.
En el siglo XVIII los retos eran tan aceptados y comunes como lo pudiera ser en la actualidad cualquier campeonato deportivo. Por aquel entonces las pasiones lúdicas se resolvían, no corriendo detrás de un balón como en la actualidad, sino a golpes.
Uehara, tenía 40 años de edad los cuales mostraba con gran pavoneo y engreimiento pues se encontraba en el mejor momento de su vida. La fuerza y habilidades que dominaba, eran excepcionales. Le apodaban Karate-No-Uehara, lo cual significaba que su reputación como peleador era grande pues, en aquella época, sólo se añadía la palabra Karate delante del nombre cuando la persona había hecho suficientes meritos en el mundo de la lucha. Efectivamente, hasta entonces había vencido a todos sus contrincantes en los combates que realizó durante sus frecuentes viajes que, por motivos profesionales, se veía obligado a realizar por otras comarcas de Okinawa.
Se percató de que el gran Matsumura entraba a su tienda y, como buen luchador curtido en mil lances, permaneció durante unos momentos observando a aquel hombre. Todo luchador al ver por primera vez a un posible contrincante, lo primero que hace es un examen visual del cuerpo y un análisis de la fuerza mental que posea el posible adversario. Constató, que éste aparentaba bastante menos edad que él y que era más alto que la mayoría de los okinawenses que había conocido hasta entonces. Matsumura medía 1.80 metros, talla que para los isleños de la época era la de un gigante, sin embargo, esto no suponía ningún problema para un experto luchador como él, pero sí le intrigaba la misteriosa y profunda mirada que reflejaba el rostro de Matsumura.
“¿Tu eres Matsumura sensei?”, preguntó el artesano sin prestar atención a la solicitud del trabajo artesanal que aquel hombre más joven que él pedía.
“Si”, contestó tranquilamente Matsumura.
“Me tienes que hacer un favor primero”, continuó Uehara, sin mostrar el respeto que tradicionalmente se mostraba a las personas cuando se presentaban por primera vez, y continuó:
“No te preocupes por la pipa, esta perfecta como es. Me pregunto si me darías un gran placer que llevo esperando desde hace mucho tiempo: quiero una lección de ti, Matsumura”.
El bushi, queantes de entrar a la tienda ya estaba alertado del carácter del grabador y no quería problemas, dijo:
“¡Sólo venía a grabar una pipa!”, y mientras rechazaba la proposición, se inclinaba cortésmente como excusándose, pero Uehara persistió.
“¿No eres el instructor en las Artes Marciales del rey?”, preguntó con arrogancia. “¿No me digas que tienes miedo de darme algunas lecciones?”
“Sí, soy el instructor del rey. Yo le doy clases a él y a nadie más. Es por esta razón que no puedo darte clases”.
Uehara, le miró con desdén mientras pensaba que en realidad Matsumura estaba impresionado por él y quería evitar a toda costa quedar en evidencia.
Entonces, envalentonado se atrevió a decir:
“Haz una excepción por esta vez sensei y acepta formalmente mi reto, sino creeré que no te has atrevido a con el mejor luchador de Okinawa y todos sabrán que no tienes más que fachada, pero sin técnica ni arte, solo fuerza bruta”.
Matsumura decidió en ese momento que este sujeto necesitaba urgentemente una lección de cortesía. No sabía como respondería el rey al tomar esta decisión, pero, a pesar de ello, continuó con el procedimiento formal que un reto debía pasar en aquellas épocas.
“Muy bien Uehara-san. Acepto honorablemente el duelo”.
Uehara precisó el lugar del enfrentamiento que sería al día siguiente a las cinco horas del amanecer y no se celebraría en otro lugar que en los jardines del palacio real.
Al día siguiente, antes de la hora prefijada, Uehara decidió tener alguna ventaja sobre el bushi. Para ello, llegó con la oscuridad, mucho antes de la hora prefijada con la finalidad de familiarizarse con el terreno. Quería remarcar las áreas resbaladizas, la inclinación del terreno, las piedrecillas sueltas y hasta localizó la posición de las hojas caídas. Naturalmente, no olvidó por donde salía exactamente el sol y los objetos posibles reflectantes de luz, como piedra o charcos. Uehara, era un peleador concienzudo que planificaba los retos como un general proyectando una batalla, no dejaba nada al azar.
Después de memorizar la zona, inició el ascenso a una pequeña colina para poder ver el campo de batalla en su conjunto. Como experto luchador la estrategia antes de cualquier batalla era de vital importancia. Sin embargo, mientras ascendía, no conseguía evitar una sensación angustiosa que comenzaba a revolotear en su estómago. No alcanzaba a entender la sensación de ansiedad que se iba apoderando de él mientras se abría paso entre la húmeda y espesa niebla del amanecer. Iba con estos pensamientos, cuando de repente, el difuso tenue gris de una nube oscura se condensó en una sombra fantasmal con forma humana.
“¡Uehara!”, estalló como un rugido una potente voz, “te estaba esperando”.
¡Al otro lado estaba Matsumura, difuminado entre la espesa oscura niebla! ¡Le había estado esperando allí arriba durante todo el rato que Uhehara empleó en reconocer el terreno e idear un plan de ataque! Uehara quedó totalmente consternado. A penas le podía distinguir, pero según se disipaba la bruma, aquella sombra alcanzaba por momentos dimensiones más y más grandes. Sus planes habían sido descubiertos y se daba cuenta de que el Maestro había sido mucho más astuto que él, pues siempre es mejor espiar los planes del enemigo que idear un plan de ataque.
Mientras apretaba los labios y los dientes rechinaban, maldecía no haber venido antes; por no hacerlo había perdido totalmente la ventaja estratégica del reconocimiento del terreno. Su artimaña había sido descubierta y esto le producía una gran sensación de indefensión.
“¿Estás listo, Uehara?”, añadió el Bushi, mientras caminaba lenta y parsimoniosamente hacia él.
Sin una palabra más, dio un salto hacia atrás colocándose en un kamae que consistía en colocar la mayor parte del peso de su cuerpo en la pierna adelantada. Esta es una postura tradicional de defensa que se llama, zenkutsu dachi. Esta es la posición que se adopta solamente para resistir ataques poderosos, como los de un caballo. Matsumura le miraba con una sonrisa mientras se plantaba de frente apoyándose sobre las dos piernas y con los brazos lacios cayendo a ambos lados. Adoptó entonces la postura de reposo denominada hachinoji-dachi (talones separados un palmo y el mismo peso en ambos píes).
Al ver que el maestro adoptaba una postura pasiva, –él esperaba que el maestro se colocara en una posición compleja de ataque o de defensa acorde con la posición que él había adoptado, un pensamiento se fijó en su mente: “¡la postura de este poderoso luchador, es como si estuviera esperando a un amigo, no tiene ninguna apariencia de peligro!” Sentía como el pánico comenzaba agarrotarle todos los músculos del cuerpo. Las piernas comenzaban a aflojarse. Sudaba frío y la cara se le bañaba en un sudor gélido. Se daba cuenta de que estaba perdiendo los nervios antes de empezar. La mente comenzaba a hacer preguntas sin respuesta y esto es lo peor que puede pasar cuando estás en una situación de peligro o de acción inminente.
En un momento de desesperación y antes de sentirse más alterado, lanzó su ataque. Profirió un sonoro kiay y comenzó a correr con celeridad hacia la sombra oscura del cuerpo de su enemigo, pero cuando llegó a distinguir la mirada tranquila que mostraba los ojos del bushi, freno en seco la acción. Asombrosamente el cuerpo de Matsumura seguía sin realizar ningún movimiento. Dio entonces un salto hacia atrás como un resorte y abortando el ataque, comenzó a andar de lado a lado como lo haría un tigre en una jaula. Estaba intentando tranquilizarse para localizar o desarrollar algún tipo de estratagema de ataque que rompiera la parsimonia de su extraño oponente.
La imagen de Matsumura se recortaba ahora contra las luces del amanecer dándole un marco impresionante como si de un ser fantasmagórico se tratara.
“Uehara,” dijo Matsumura con voz grave, “¡haz algo!”
El artista grabador, comenzó entonces a hacer círculos cada vez más cerrados pretendiendo que el sol cegara a su adversario. Su ánimo recuperaba energía con este pensamiento: “El sol le cegará”. Alguna ventaja le daría esta estrategia –pensaba.
Uehara, hizo un último y desesperado intento. Gritó nuevamente su kiay y se abalanzó contra el samurai. ¡De repente vio como cuatro Fudo-Miyo salían de los ojos del Maestro que en ese momento brillaban como el sol del amanecer! Los demonios se interponían entre él y el impasible bushi en una actitud demoníaca. Las “cosas” eran como espectros sobrehumanos, como si no pertenecieran a este mundo.
El cuerpo del pobre Uehara perdió toda su fuerza y su mente no podía controlar ni el peso de su cuerpo. Simplemente cayó sobre sus rodillas y empezó a llorar.
“No te sientas avergonzado”, le dijo Matsumura, “tu querías ganar a toda costa; el deseo te ha producido lágrimas que han actuado como lupas de aumento y has visto solamente lo que tu mente ha querido ver. Solo eran pensamientos y ahí es donde yo te he vencido sin empezar la lucha. Tu propio pensamiento te ha vencido, has visto lo que nunca hubieras querido haber visto”.
Diciendo esto, Matsumura dejó al hombre solo y desolado con sus pensamientos y se alejó colina abajo mientras encendía con parsimonia la pipa que se había quedado sin labrar.
Esta lección la contó el bushi durante muchos años en su dojo, mientras los alumnos permanecían en silencio escuchando las enseñanzas filosóficas que impartía el Maestro. Muchas fueron las normas morales que dejó durante su vida, pero quizás sea la que describo a continuación una de las más importantes:
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“El hambre por la gloria genera una gran vanidad que siempre acaba en derrota: la derrota de ti mismo derrotado por ti mismo”