Cada generación tiene sus propias características que dependen de las diferentes situaciones económicas, sociales y tecnológicas de cada periodo. Antes del siglo XX las generaciones cambiaban cada cientos de años, pero a partir de este siglo los cambios han ido acelerándose notablemente. Recuerdo con añoranza aquellos años infantiles en los que el silencio de la casa se alteraba únicamente por los sonidos radiofónicos de mi emisora favorita -radio Intercontinental. Ante la prohibición paterna de hacer ruido por la noche, me fabriqué una radio de galena que utilizaba por antena el -muy ruidoso – somier de muelles. Con quince años podía escuchar debajo de las mantas y con los auriculares de bobina de grafito, radio España independiente que emitía desde Andorra en onda larga…Hablaban de algo que se llamaba: ¿comunismo? Todo era silencio. A la hora de la cena y del almuerzo nos sentábamos todos alrededor de una mesa silenciosa en la que solo tenían derecho a hablar los mayores: «los niños se callan cuando hablan los mayores» – todavía resuenan estas palabras en mis oídos. El respeto al padre y a la madre era absoluto. Pero, ahí no acababa la escala de mandos, después venían los hermanos mayores, los tíos, los abuelos, los profesores, los guardias (grises), los curas y así sucesivamente hasta que por fin se llegaba al perro y al gato los cuales -por fin – ya estaban bajo nuestro control. Este régimen favoreció el desarrollo de la escucha, de la observación y de la creatividad, pero elementos tan importantes en la educación infantil y juvenil como el del trabajo en equipo o la comunicación, se quedaron en el limbo del silencio. Sí…, fuimos una generación silenciosa de oyentes pasivos los que nacimos entre los años 1935 y 1950.

Aprendimos a ahorrar a base de duro trabajo en multiempleos; pegábamos sellos en correos, repartíamos propaganda, cobrábamos facturas, vendíamos papel de periódico al peso, dábamos clases a niños de menor edad e incluso recuerdo pasar todo el sábado y el domingo encerrado en un cuarto oscuro revelando fotografías que luego vendía el lunes, al principio en el colegio, después en la mili y más tarde a los periódicos. Se sobrevivía a base de imaginación y mucho esfuerzo. Silenciosamente, recuerdo que fabriqué mi bicicleta con piezas encontradas en los desguaces de ferralla -después me iría con ella, siempre silenciosamente y solo, de Madrid a Marbella en tres días. Fuimos una generación de empleados obedientes y aceptábamos la disciplina más estricta sin pestañear. Sabíamos que las únicas armas que disponíamos para llegar algún sitio eran la constancia y el trabajo. Las relaciones laborales eran muy formales y casi nunca se cuestionaban las decisiones de los jefes. De esta manera pasaron aquellos años de disciplina, formalidad, trabajo y ahorro. En suma, en esta generación tanto los padres como los hijos éramos «silenciosos», unos quizá porque no tenían nada qué decir, y otros, por miedo a expresar cualquier idea que con toda seguridad hubiera sido suprimida con aquel: «los niños no hablan».

Cuando en empecé a practicar artes marciales, Judo concretamente, por el año -67, de la mano del maestro Osawa, la obediencia que hacíamos gala los budokas era absoluta. Como buen representante de la generación de «los silenciosos», cualquier orden que dictara el maestro era obedecida instantáneamente sin la más mínima duda. Limpiábamos a mano el suelo del tatami y yo concretamente, lavaba el judogui del maestro Los entrenamientos eran durísimos y la cantidad de trabajo que era necesario desarrollar para pasar un dan se consideraba como una consagración. Por aquellas épocas, ser cinturón negro era un distintivo que te hacía sentir muy diferente con respecto a los deportistas de otras especialidades, aún sigo considerándome más artista o filosofo, que deportista. Leíamos rudimentarios libros franceses escritos por Henry Plé en los que se describía; cómo en Okinawa la gente de las artes marciales eran consideradas las personas más honradas tanto por su comportamiento, como por honradez… en aquellas tierras se elegían a los alcaldes, los jueces y los policías entre los maestros más destacados. Naturalmente, estos conceptos cuadraban perfectamente entre los nacidos después del año -35; silenciosamente obedecíamos cualquier orden y la obediencia era ciega. La filosofía del «no pensar» cuadraba perfectamente en nuestra idiosincrasia. Las frases como : «el budo es para toda la vida», «el budo una forma de vida», «el budo me ayuda a comprender los misterios de la vida», eran los aforismos que guiaban nuestras acciones. Más tarde, al final de la década de los sesenta, aparece en la literatura el maestro Funakoshi que nos describe con claridad el concepto del DO como vía de realización -concepto que impregnaría para siempre mi vida.

Por aquellos años, aparecen nuevos libros que reforzaron aún más las personalidades de aquellos jóvenes buscadores de la verdad a través del movimiento físico: «El Zen del tiro con arco» de Herrigel, los libros del maestro Suzuki, los de Michio Kushi o los del jesuita Vela de Almazan. Nuevamente el silencio se ve reforzado hasta el punto de denominar a mi, por aquel entonces, recién adquirido dojo: «ZEN», y grabar en las máximas que están en el centro de la pared principal la frase: «enseña sin ser notado», aforismo que sigue inmutable en todo lo alto.
Llegó el año 1951 y con él la rebeldía, el desafío a la autoridad, la televisión y el Rock and Roll. Se produjeron simultáneamente grandes cambios sociales como; la liberación femenina, el inicio al acceso a la alta tecnología por parte del publico, el acceso a la rapidez en la información y todo ello cambió los valores tradicionales, lo pragmático y lo útil se volvió muy apreciado. Por el contrario la obediencia y la lealtad dejaron de ser valores deseados por la juventud de entonces. Estos cambios generacionales duraron hasta, más o menos, el año 1985 y es la generación denominada como los «baby boomers». A la generación de padres nacidos entre estos años, 1951- 1985 se les denomina: generación de padres obedientes. Se les llama así, porque cuando eran pequeños obedecían a sus padres y a las demás personas adultas u autoridades, como padres, familiares o profesores. Después se revelaron en la adolescencia (música rock, hippies, Mayo-68) y ahora, cuando son padres, se someten y obedecen al mínimo capricho de los hijos.

Los padres de la generación silenciosa (35 -50) vivieron en un ambiente de autoridad absoluta dentro de un ámbito regido por reglas, mandatos y límites. Muchas de las necesidades materiales nunca pudieron ser satisfechas debido a la precariedad económica de entonces, no pudiendo, aquellos esforzados padres, dar los mínimos caprichos a sus hijos. Por este motivo la siguiente generación de padres (50 -85), hace lo imposible para que sus hijos no sufran lo que ellos padecieron de niños: evitan ser vistos como autoridad y pretenden ser vistos por sus hijos como amigos y compañeros; no imponen reglas o normas, pues creen que en la libertad está el crecimiento pleno y maduro; no privan a sus hijos de nada pues creen que esto produce baja autoestima cuando sus hijos no disfrutan de algo material que los hijos del vecino si tienen; creen que solo la tardanza en satisfacer los caprichos de los niños les provocara algún tipo de frustración y así, hasta el infinito.
Como consecuencia de este tipo de educación familiar vemos como en los Dojos estas formas de educación también se infiltran. Es frecuente recibir a padres que lo primero que preguntan es: «¿en cuánto tiempo va a ser mi hijo cinturón negro?», cuando les contesto: «con dignidad unos cinco años, sin ella, nunca», me miran como si estuviera loco. Posiblemente, porque este tipo de concepto ya no está de moda. Sucede lo mismo, cuando se elige a algunos niños para representar en un campeonato, muchos padres se sienten ofendidos de que sus hijos no hayan sido seleccionados, han olvidado el concepto de excelencia y el de la humildad: «¡cómo va a ser mi hijo menos que éste otro!» y no digamos en los exámenes de paso de grado -si, un niño o un adolescente suspende – esto puede ser causa de abandono total de la practica de nuestro arte. Todavía no han comprendido que: «del triunfo solo se aprende a ganar, las derrotas forman el carácter», -el primero es efímero, el segundo lo es para toda la vida-. Por eso creemos, que un dojo no solo debe formar el cuerpo, como lo hace cualquier deporte, sino el carácter a través de las múltiples emociones que se experimentan durante los duros y rutinarios años de entrenamiento: disciplina, entrega, humildad, respeto, obediencia, dignidad, etc, etc, aspectos muy olvidados en la pedagogía actual.

A partir del año 1985, se inicia una generación que actualmente, en los libros de psicopedagogía, se ha denominado: la generación de los niños tiranos. Son lo niños nacidos en el seno de familias en los que ambos padres trabajan o, bien, no cuentan con una estructura familiar clásica (papa-mama-hijos), sino que se estructuran de otras maneras: padres/madres solteros, divorciados, separados, o comparten los hogares de abuelos, tíos o familiares cercanos.

Los niños de esta nueva generación tienen unas características muy especiales. Son niños que esperan ser guiados para todo, pero no supervisados y menos obligados a obedecer. El trabajo lo perciben como un mal necesario y la vida, como algo que debe disfrutarse en cada momento entre risas y charadas. Para ellos, el futuro está en el presente y el pasado no interfiere o no influye decisivamente en el hoy. Por ejemplo: vemos como en los nuevos planes educativos, los niños han podido pasar los cursos suspendiendo todas las asignaturas, ¡cómo van a aceptar que no se les apruebe un examen de paso de grado! La actitud de los estudiantes se ha relajado: estudiar con el mínimo esfuerzo y tiempo y sólo recordar lo necesario para una circunstancia específica; los exámenes. Desarrollan de esta manera, una actitud de mínimo esfuerzo frente a lo importante y solo se interesan por todo aquello que es fácil y les produce placer o diversión. Por este motivo, en las clases vemos como los niños se interesan por todo lo que es divertido; combates, juegos y se aburren enseguida de cuando se entrena la técnica (kihon- katas).

Se ha pasado pues, en poco tiempo, de aquella generación silenciosa que aguantaba todo con la dignidad del silencio, a la obediente y pragmática de los rebeldes «rocanroleros», a la actual que es totalmente hedonista que busca el placer y la comodidad como único fin.

Dice una máxima anónima:
«De padres trabajadores y exitosos, hijos millonarios y nietos miserables».

Gustavo A. Reque
7º Dan de Karate (RFEK)
Entrenador Nacional de Karate
Ldo. Educación Física (INEF)
Diplomado en Sofrología