¿Cómo se entrena el ki? Delicada pregunta. Siempre he contestado que este aspecto tan importante de toda arte marcial: «no se entrena sino que se encuentra», pero parecer ser que muchos se pierden en el camino y no hallan la forma de llegar a sentirlo y menos a materializarlo. No es bueno dar recetas precisas que garanticen el éxito seguro. Tampoco por el camino de la fuerza o del entrenamiento hasta el agotamiento se puede llegar a la conciencia del ki, por esta vía se llega a la arrogancia y por fin a la fantasía del ego. Entrar por la puerta de las emociones -que son el reflejo físico de los pensamientos, y no por los intrincados vericuetos de la técnica- es un camino mejor. Observar cada acción realizada y sobre todo no juzgar, ni así mismo, ni a los demás, es una buena senda para comenzar a sentir la sutil energía que atraviesa el cuerpo, el ki. Este es un camino de sensibilidad que nos enriquece como personas y por tanto tiene un gran poder transformador.

El deseo es la fuente de todo sufrimiento
La búsqueda del ki, empieza en el momento de tomar una clara conciencia de que estamos buscando algo no visible, que nos interesa y que encierra un misterio, lo cual hace que esta exploración sea muy atractiva. Deseamos encontrar algo que está oculto dentro de nosotros mismos, eso que nos ha animado durante toda la vida y que al final de ésta continuara hasta el infinito. Aquí empiezan los problemas, pues el ki es un concepto abstracto que no se puede medir, es una impresión, es sutil. No existe ninguna máquina que pueda decir: «usted tiene 15 unidades de ki. Quizás pueda manifestarse a través de algún tipo de fuerza externa, pero ésta no será más que una mera anécdota, sería como,… comparar un reflejo de luz con la energía que emana del sol. «El deseo», decía Buda, «es la fuente de todo sufrimiento» y es una gran verdad; todo lo que ha producido el ser humano desde sus inicios ha sido movido por una forma de energía llamada «deseo». Si no se consigue lo deseado, aparece la frustración y de este estado mental se pasa a los pensamientos erráticos que te hacen perder el horizonte de lo que andabas buscando al principio. Nos perdemos entonces en un mar de frustración que, por desgracia, acaba en múltiples nuevas formas de pensamientos que se alimentan de si mismos sin tregua e indefinidamente. Es como el cáncer, que son células egoístas que quieren quedarse con toda la energía del organismo para ellas solas destruyendo el organismo original. Deseo y más deseo conduce a la destrucción de lo que se buscaba inicialmente. Fácilmente esta avidez acaba transformándose en violencia -las noticias de la actualidad lo confirman diariamente-. Entonces, cómo se encuentra ese «algo» que en Asia llaman «ki» sin que intervenga el deseo, la frustración, e incluso la violencia. Si la humanidad se ha movido por la energía del deseo, qué sería de un ser humano sin ambición, ¿cómo actuar en el mundo sin deseo?, ¿cómo transformar el vehículo del deseo en otra esperanza que nos valga para encontrar nuestro ser oculto. La respuesta está en la frase: «yo soy cuando comprendo». Aquí se expresa el profundo sentido de «Ser» y de «Estar». Cuando «yo soy»; penetro en el océano del Ser y «cuando comprendo»; estoy en el aquí y ahora que es lo único que existe y por tanto que nos permite relacionarnos con el mundo físico. En la frase: «yo soy cuando comprendo», que no tiene forma, el deseo no se activa, y sin una forma física o mental no puede haber deseo. Si durante la practica de las artes marciales entrenamos sin deseo y nos movemos solo por el «deseo» de comprender, entonces las verdaderas piedras del camino que se manifiestan en forma de arrogancia, celos, violencia, vanidad…etc, (que son algunas de las diferentes formas en las que se manifiesta el ego), se utilizan como objetos de meditación. Comienza así el autentico camino de la transformación: la observación, sin juicio, de las acciones o pensamientos positivos o negativos. Aquí está la clave por la cual el deseo no se transforma en sufrimiento y la razón más noble para practicar las artes marciales o cualquier otra actividad.

Hace poco me ha contado una paciente que en la primera clase de yoga (sufriendo ella una dolencia crónica del hombro), el profesor le sugiere hacer la postura del «pino», repito «en la primera clase». Ella que la movilidad de su hombro está limitada por un fuerte dolor, y el profesor le dice que eso es porque ella tiene miedo psicológico. Ella lo intenta (orgullo) y como consecuencia se lesiona el hombro con gravedad. La curación de la rotura ligamentosa, precisó dos años de tratamiento…La arrogancia del profesor (ego) y el deseo de la alumna se trasformaron en sufrimiento. De todo ello la alumna aprendió a ser más humilde, pero no creo que este sea el camino más armónico. El profesor, continúa en la ignorancia que es una de las cualidades peores de un «profesor».

Sobre actuación inconsciente
Cuando se inicia este camino, muchos alumnos entran en una fase de distanciamiento de la sociedad, es un proceso mental muy parecido al que se experimenta cuando se ingresa en una secta -es como si no hubiera nada más en el mundo que lo que se busca y en este caso «lo que se busca» es abstracto, pues no está fuera sino dentro de ti, es como buscar una meseta estando encima de ella. Como resultado, la persona se vuelve introvertida. El exceso de información, la profusión de libros y películas pueden llevar a confundir «un gran ki» con rompimientos, o como aquel «maestro» que entrenaba el ki de los niños de siete años dando patadas a la pared de cemento del gimnasio. Cuando le pregunté porqué hacía eso, me contesto: «que así el ki de los niños se endurecía más !!!» La confusión puede llegar a ser muy grande y la «sobre- actuación» trae muchas consecuencias de las que se alimenta el ego, pues es el ego el que realmente se endurece.

En el camino consciente, no des importancia a qué te sucede (bueno, malo, positivo o negativo), limítate a observar el pensamiento o el acontecimiento que se este produciendo y a sentir la emoción que éstos producen en tu cuerpo. Una emoción es la reacción del cuerpo a un pensamiento y una ventana para sentir el ki. Asómate, sin juzgar, solamente observa, y habrá comenzado el proceso de transformación hacia una nueva conciencia espiritual en ese mismo instante, en ese aquí y ahora. Esto es estar presente -la joya más preciada de nuestra existencia.

La repetición de la «observación sin juicio», con el tiempo, acaba transformando a la persona permitiéndola entrar placidamente en un mundo de armonía en el que puede llevarse a cabo cualquier actividad física o mental, incluso de gran intensidad, pero siempre en armonía con el presente, el aquí y ahora, que es lo único que debe importar. Este es el corazón de las artes marciales, o de cualquier otra actividad: la capacidad de transformar al ser humano haciéndole consciente de que el pasado, el futuro y el pensamiento parásito son las pesadas rémoras que nos impiden estar en el presente que es lo único que realmente vivimos. Es en el presente donde debe manifestarse el amor, no en el pasado ni en el futuro que son ilusiones. Esto es vivir en armonía.

Aquellos ancianos maestros y «los otros»
Todos conocemos ancianos maestros que nos impresionan por el ki que irradian, solo hablando con ellos o estando en su presencia sin hablar, sientes un halo de calor que reconforta el espíritu, «sientes», pero no sabes qué, no puedes medir nada… lo cual hace de esta experiencia algo inquietante. Sienten, no buscan, solo están… Es admirable y deseamos alcanzar ese grado de «Ser», pero el objetivo nos parece imposible de alcanzar y por desgracia los medios que empleamos acaban pareciendo «gimnasia aeróbica» o procedimientos de autosugestión mecanizada y es así, porque estamos inmersos en el mundo del deseo. Sin embargo, la dificultad no es tan abrumadora como puede parecer en principio, un alivio: el mero hecho de tener la motivación ya es una forma de iniciación, solo debemos aprender a mantenerla en el tiempo. La motivación y la búsqueda son dos de las formas más puras que existen de energía; evidentemente, para motivarse hemos de tener un deseo y para buscar algo también, pero veremos a continuación como podemos movernos en esos territorios sin caer en el torbellino centrípeto del ego. La motivación y la búsqueda son dos formas de ki en estado primordial que pueden interactuar sin crear ego.

No es conveniente tampoco convertirse en un buscador obsesivo de ki, pues aparecerán muchos problemas sociales innecesarios como el narcisismo, egolatría, arrogancia, vanidad y otras muchas calidades negativas de la personalidad, o del ego que es lo mismo. Todo esto puede confundirse con ki cuando no son más que trampas que cierran la luz de lo auténtico y alimentan el ego. Recuerdo a un «maestro» muy reputado, que para ver el ki de sus alumnos les decía que tenían que ir a alguna discoteca y dejar fuera de combate a dos o tres personas…Indudablemente este lance es una forma de ki, pero creo que no es lo que más nos interesa. El machismo es una forma muy común de confundir el ki con el ego y esto, por desgracia, está muy difundido en la sociedad actual. Cuando vemos a un campeón «clavando las posiciones» después de realizar un giro rapidísimo de una manera casi robótica, es frecuente oír: «tiene mucho ki» o, «tiene mucho sanchin» (sensación final), cuando lo que realmente tiene es un soberbio bloqueo de ambos. Antes se decía: «hay que endurecerse». Gran error el contenido en esta sentencia que produjo graves problemas al aparato locomotor de muchos inconscientes practicantes y, sobre todo, mucha arrogancia mental. Querer aparentar ser piedra es querer ser lo que no somos, ¿no será más armonioso ser bambú?, como decían los sabios orientales hace dos mil quinientos años.

Observa, siente y no juzgues
Entre tanta maraña, hay una buena fórmula que ayuda no solamente a encontrar y sentir el ki y su manifestación en forma de «sanchin», sino que es una de las claves fundamentales para los que buscan encontrar algo más que «una posición clavada»: la armonía entre el cuerpo y la mente sin que intervenga el deseo. Esta es: la observación de todo lo que sucede alrededor y sentir la energía que anima cada cosa o circunstancia sin que la mente crítica se active, es decir, sin juzgar. Este trinomio, encerrado en lo que en las artes marciales de origen okinawense denominamos «sanchin» : observar-sentir-no juzgar, es un proceso que practicado asiduamente encierra una cualidad de gran valor: la capacidad de transformar a la persona hacia una nueva conciencia, la conciencia del Ser, y es precisamente ahí donde se encuentra el ki. Seres humanos somos todos, pero cuántos son conscientes de su Ser. Cuando actuamos como humanos solo vemos la forma de las cosas -que es el estado más bajo de la inteligencia -pero cuando observamos y sentimos la energía de las formas, entramos en un estado superior de inteligencia en el que la mente se funde con el todo, uno está en todo, te identificas con todo. La inteligencia sin conciencia es solo forma. La forma, es perecedera, es una ilusión que dura poco tiempo. La conciencia del ser es infinita, no es una forma, pues no está sujeta a las leyes de la evolución.
La conciencia del Ser, es estar reflejado en todo. Es, ver a las personas como una manifestación física diferente de uno mismo, pero idénticas en el Ser. Todo y todos, somos manifestaciones hermanas en el Ser y diferentes en la forma. Por eso, en las artes marciales, aunque las escuelas sean diferentes, en el Ser son iguales. La luz original, es la misma. Sentirse exclusivo, mejor o peor, no son más que pobres manifestaciones del ego.

¿Es eso inteligencia?
La cultura materialista actual, «bien llamada capitalista», ha desarrollado una gran inteligencia, ¡hemos llegado a la luna!, cuando todavía hay hambre en el planeta y nos matamos en innumerables guerras, ¿es eso inteligencia?, ¿es inteligente arruinar ecológicamente el sagrado equilibrio de la tierra? Sin conciencia la inteligencia solo vale para crear formas y éstas acaban alimentándose de sí mismas autodestruyéndose antes o después como el cáncer que describíamos antes. La inteligencia debe ser utilizada para resolver los problemas de la supervivencia, las cosas cotidianas elementales, el quehacer técnico. El cerebro ocupa, según los últimos estudios neurofisiológicos, un 95% de su energía en controlar el equilibrio homeostático entre los diferentes órganos del cuerpo, el resto es mal utilizado por los pensamientos erráticos. Estos pensamientos, ese «pensador incontrolado» que a todos nos tortura, alimenta incansablemente al ego y este se siente encantado con ese alimento. Es como si el cerebro fuera una máquina creada para resolver problemas y una vez resueltos, crear nuevos. Por desgracia en cada solución también crea un ego más fuerte que el anterior y lo peor es que tiene la capacidad de comparar los resultados con los de otro cerebro, y como los caminos de resolución son múltiples, los egos creados también y así va en mundo…hacia un florecimiento tecnológico inimaginable -producto de una inteligencia de relleno que no sabe digerir- y a una degradación a nivel espiritual lamentable. ¿Es eso inteligencia?

Limítate a sentir la energía y no juzgues: observa y siente todas las formas que veas, sin juzgar. En principio, parece que esta forma de iniciarse en el camino del encuentro con el ki no tiene nada que ver con las artes marciales, pero este es un buen comienzo que con el tiempo nos hará más sensibles al mundo y como el arte marcial es parte del mundo se beneficiará de una manera indirecta, sin pretenderlo. El ki comenzará a vislumbrarse poco a poco como una luz entre la niebla. Acabarás por estar en la «no-forma», en el vacío del que se habla en el zen, llegaras a ver un pozo de luz dentro de ti del que fluye el río de la energía universal, el ki, el Ser. El sanchin cumple su función cuando te vacías mentalmente y permites que el ki rellene ese vació con nueva vida. La energía de tu cuerpo-forma se renueva. Pero no hay que olvidar que los enemigos del ki están ocultos en frases que empiezan o incluyan: yo, mí y mió.

El lugar donde se alcanza la iluminación
La asistencia regular al dojo es fundamental. Tradicionalmente se entiende por esta palabra japonesa: «el lugar donde se alcanza la iluminación». Es una gran oportunidad tener un dojo a nuestro alcance, aunque valdría igual un bosque, una playa, una iglesia o una biblioteca. Lo que buscamos está en todas partes, pero un lugar especialmente diseñado para este fin es lo ideal. Durante la realización de una clase es tanta la energía que se produce en el tatami que éste se transforma en una imponente bola de fuerza creadora. Ésta energía se genera por la interacción entre los alumnos impregnando a cada uno de ellos y es precisamente ésta energía la que vigoriza a los mismos participantes. Se produce una curiosa paradoja: consumiendo energía, se genera energía. Todos los practicantes sabemos muy bien que cuando llegamos al dojo agotados de trabajar durante todo el día, después de una clase intensa, salimos mejor que llegamos. Este es el momento de tomar una gran decisión; pasar este tiempo solo en lo físico o; hacer de ese mismo tiempo un momento consciente que se transforme en presencia, estar en el «aquí y ahora de esos momentos».

La observación de cómo evoluciona la energía propia y la de grupo y las sensaciones que se generan, son una fuente magnífica para sentir como fluye el ki. La acción del practicante hipnotizado, no consciente, se manifiesta en simples movimientos gimnásticos con lo que solo lograras adelgazar o entretenerte un rato -tiempo perdido para el buscador del ki. El practicante despierto consigue armonizar la acción externa con el propósito interior, que es la búsqueda del ki. No se tata de lo que haces, sino cómo lo haces, de la observación del «cómo lo haces» aparecen sensaciones que son ínfimos frutos del árbol del infinito ki. El ki no se puede entrenar porque es infinito, no está sujeto a las leyes de la evolución, es el reflejo de la luna en el lago, como en el cuento zen; «puedes ocultar la luna agitando la superficie, pero siempre regresará». «Podrás coger un vaso de agua de la corriente de un caudaloso río y siempre volverá al río antes o después». La conciencia por mediación del tiempo se transforma en inteligencia y esta a su vez tiene la posibilidad de crear nuevas formas, pues el ki unido al tiempo y se puede manifestar en el mundo físico. La conciencia del tiempo es otra forma de sentir el ki.
La verdadera transformación del ser humano se produce cuando este es consciente del momento que esta viviendo en el presente. Cuando se es conciente de ¿dónde estoy? Todo tu ser estará en armonía con lo que se este produciendo, no importando si la circunstancia sea buena o mala. Viviendo en este estado de observación llegas a la conciencia de que solo hay dos circunstancias: lo que el mundo te hace a ti y lo que tú le haces al mundo. Si te limitas a observar ambas, sin juicios, sin pasado y sin futuro, entraras en una dimensión de libertad en la que lo que el mundo te haga a ti solo es una ilusión que pasara con el tiempo, y lo que tú le hagas al mundo estará en armonía con él. Todo el daño que le hagas al mundo te lo haces a ti mismo. La toma de conciencia de este aserto, es la verdadera transformación.