Alrededor de 1903, se introdujo el karate en el sistema educativo de los colegios de Okinawa como parte de los programas oficiales de educación física. El primer promotor de esta reforma educativa fue Nishimura Mitsuya, profesor en la Facultad (Shihan-Gakko), que era la institución donde se daba la titulación oficial a los profesores de colegio. La idea que tenía era similar a la de otros movimientos nacionalistas que se estaban produciendo al mismo tiempo en otras partes del mundo occidental. Se pensaba en aquellos años, que no solamente los alumnos necesitaban recuperar su ética social, sino la fuerza física también. Para organizar el programa, Mitsuya llamó a Itosu Yasutsune y a su mejor alumno Yabu Kentsu.

 Yabu recibía su instrucción en el dojo del Maestro Matsumura, pero debido a las responsabilidades oficiales del maestro éste no podía impartir las clases personalmente, por lo que las enseñanzas las impartía el alumno más capacitado (sempai) que era era Itosu, por este motivo se considera a Yabu discípulo de Itosu cuando en realidad eran ambos alumnos del mismo maestro, Matsumura.

          Hasta entonces, la enseñanza del karate se restringía a la nobleza y a personas con importancia social. Fue gracias a la habilidad política y organizativa de Itosu que el karate fuera aceptado como materia escolar en Okinawa.

          Ituso iba a dar clases de karate una vez por semana a la Facultad Shihan-Gakko, donde Yabu Kentsu, al que llamaba afectuosamente “el Sargento”, impartía diariamente clases a los futuros profesores de colegio. Itosu, impartía lecciones que actualmente las podríamos catalogar como, magistrales, pero Yabu llevaba el peso de la docencia regular.  

          Yabu, que de joven había sido muy fuerte y rápido, aprendió de Itosu todo el conocimiento del karate. Desde el principio, siempre estuvo especialmente interesado por la técnica básica y por los katas, desarrollando al cabo de los años un karate extremadamente fuerte y técnico. Su espíritu era muy marcial y seguramente lo adquirió mientras combatía en la guerra contra China distinguiéndose como soldado en el Grupo Expedicionario Japonés, alcanzando el grado de teniente lo cual era muy valorado en aquella época. Combatió en territorio chino donde hizo muchos méritos de guerra. 

          En el campo de combate luchando contra las fuerzas chinas, Yabu perfeccionó su karate y desarrolló un estilo muy efectivo y mortal en el cuerpo a cuerpo. A su regreso a Okinawa como teniente de las Fuerzas Armadas Japonesas, la gente comenzó a llamarle, “el Sargento”, mote que le acompañó durante toda su vida. Este apodo se hizo tan popular que cuando la gente quería saber acerca de las cualidades de algún artista marcial decían; “¿qué clase de “sargento” es ese artista marcial?

          En aquella época, otra estrella del karate comenzaba a surgir: Choki Motobu. Este personaje acabó siendo una leyenda en el mundillo del karate e históricamente se le relaciona con la creación de las escuelas de Kempo Karate que posteriormente emigraron a Hawai en donde alcanzaron un gran desarrollo y posterior expansión por todo el mundo.

          Motobu, nació en una familia noble. No necesitó trabajar para vivir por lo que dedicó todo su tiempo a entrenar karate. Con el paso del tiempo se le empezó a considerar como un igual a Yabu y, naturalmente, como era frecuente en el carácter okinawense, la gente empezó a preguntarse quién era el mejor de los dos.

          Para resolver el dilema, se decidió celebrar un torneo de sai en un palacio que pertenecía a la familia Motubu (Matubu Goten). Choki Motobu hizo que los sirvientes despejaran en el palacio la gran sala de recepción y cubrieran el suelo de tatami (suelo de paja trenzada) para que los contendientes pudieran luchar en el suelo en el caso de caer. Sólo se admitió la entrada a algunos selectos invitados y a miembros de la prensa los cuales se sentaron muy respetuosamente alrededor de un cuadrilátero de suelo de paja trenzada.

          La única regla que se impusieron fue; no tirar a matar, pudiendo aplicarse todas las técnicas posibles, incluso con producción de sangre o fractura de huesos.

          Yabu y Motobu, después de un saludo muy cortes y vibrante de emoción, se enfrentaron por fin para dilucidar cual de los dos era el mejor luchador de Okinawa.

 El aire se llenó de kiais (gritos de ataque), fuertes pisotones, golpes y patadas que acababan con sonoros estallidos en la carne de ambos. Los asistentes, como lo describieron posteriormente los periodistas, estaban asombrados viendo como esas personas tan nobles podían maltratarse tanto mutuamente. Nunca habían visto nada igual y probablemente nunca volverían a verlo.

          Después de 20 minutos de lucha, la mayor experiencia en el campo de batalla y el espíritu de karate a muerte forjado en los campos de batalla chinos, puso fin a la batalla. Motobu, perdió por primera y única vez en su ilustre carrera un combate y Yabu fue su vencedor. Gracias a la buena forma física de ambos, no se produjeron daños graves, pero tardaron meses en recuperarse de los golpes y laceraciones.

          El mejor resultado de este enfrentamiento, fue una gran amistad entre ambos y la profunda determinación de mejorar el karate okinawense, tarea a la que se dedicaron el resto de sus vidas.

Un crédito en la historia de Yabu, aún a pesar de haber mantenido numerosos combates durante su vida, es que nunca dañó seriamente a nadie   a lo largo de su carrera, excepto en acciones de guerra.

Una vez mientras hacía un viaje a Yonabaru viajando desde Naha, cinco hombres salieron a su encuentro y le detuvieron con malos modales, estos problemas eran frecuentes durante el principio del siglo XX, Yabu intentó sortearles, por un lado, pero bloquearon cualquier intento de pasar. Cuando se paró, súbitamente le atacaron. No queriendo hacer daño a ninguno de los malhechores tiró a uno contra unos arbustos y empujó a otro hacia sus compañeros. Ante esa reacción tan sorpresiva, los demás decidieron salir corriendo y el asunto no fue a más. El problema al que se enfrenta un experimentado artista marcial durante un enfrentamiento real, es cómo disuadir al atacante, o a los atacantes, para que cesen en su agresión. Provocar un fuerte daño en defensa personal, es muy fácil, sin embargo, librarse de un ataque sin hacer ningún daño, no es tarea simple. Por eso, Yabu en esa ocasión, proyectó contra el suelo al jefe de los agresores e interpuso a otro entre él y los otros. Esta es una acción que demuestra una gran capacidad de control y provoca miedo y huida en los atacantes. Al perder el factor sorpresa y darse cuenta de la iniciativa y capacidad de reacción del atacado, los agresores generalmente huyen cobardemente, como fue en este caso. Esta forma de actuar es clásica en situaciones de defensa personal contra varios atacantes; ataca siempre al jefe, al que lleva la voz cantante, caído este, los demás pierden la “bandera” y optaran por marcharse tan rápido como llegaron.

          Yabu Kentsu dejó muchos grandes maestros karatecas: Kyan, Toyama, Shirona, entre otros. Sobre el año 1927, hizo un viaje a Los Ángeles para visitar a su hijo, y en el viaje de retorno a Okinawa, Kentsu recaló en Hawai durante algunos meses. Habló de la filosofía del karate y fundó dojos locales alguno de los cuales todavía existen en nuestros días.

          Uno de los puntos fundamentales de sus principios filosóficos fue: que el karate no podía ser aceptado como un deporte. Naturalmente, él podía pensar así pues su karate se desarrolló en los campos de batalla y en la lucha cuerpo a cuerpo.

          “El KARATE ES UNA FORMA DE VIVIR”

          Dijo en una ocasión; “Forma un caracter en la persona que es diferente al desarrollado por el deporte. No se practica el karate para diversión o para ganar trofeos”. Esta famosa frase ha llegado con fuerza hasta nuestros días. Maestros tan importantes como Funakoshi -sensei, recogieron esta herencia y la introdujeron posteriormente en el Japón Imperial.

          Durante toda su vida, Yabu Kentsu vivió respetando estos conceptos. El karate que practicamos hoy en día no puede tener la intensidad y la fuerza con la que se vivía hace cien años, pues las costumbres han cambiado drásticamente. En muchas ocasiones, la vida de cualquier ciudadano de entonces pendía de una delgada cuerda trenzada por el hilo del orgullo y la dignidad. Era, efectivamente muy importante ser fuertes de mente y cuerpo. La presión social china y japonesa, condicionaban todas las actividades de los campesinos okinawenses que eran humillados constantemente. En ese estado de cosas, unos se organizaban por si mismo creando “somatenes” para defenderse en grupos no policiales, y otros, se fortalecían por medio de las artes marciales hasta limites insospechados. Incluso, como hemos visto en el capitulo dedicado al maestro Matsumura; los karatecas, por hacer gala de un recto sentido de la JUSTICIA y haber demostrado durante muchos años una gran dedicación al ORDEN, eran elegidos para cargos oficiales como Jueces o Comisarios de policía. En aquellos tiempos, el alcanzar el cinturón negro era un motivo de importante estatus social, pues para llegar a serlo, todo el mundo conocía el enorme esfuerzo físico que debía soportar el karateca y como apara lograrlo este desarrollaba unos niveles de autocontrol fuera de lo normal. También se admiraba la disciplina que debía mantener el karateca durante toda su vida. Todo este conjunto de valores le daba al cinturón negro un aura de respeto y admiración social.

A esta forma de vivir se la denominó –DO, y se refiere a: normas y forma de realizarse en la vida siguiendo un programa dirigido hacia un proyecto que solo puede ser: conseguir desarrollar todo el potencial que nuestra vida nos ofrece. La forma de conseguirlo es muy simple: estar en todo momento presente con la máxima concentración, esto es lo que se resume en dos palabras – AQUÍ Y AHORA. 

          Efectivamente, en la actualidad, seguimos creyendo que el karate, como expresión artística, desarrolla positivamente el carácter de la persona y extrae de ésta los máximos valores éticos y sociales. Evidentemente, la salud también mejora al mismo tiempo por medio del entrenamiento físico. Por eso, preferimos seguir denominando al karate como ARTE MARCIAL, sin desestimar las enormes posibilidades que ofrece como actividad lúdica y recreativa.

La parte deportiva del karate, debe ser una parte del karate total, pero no la última y exclusiva finalidad.  El Karate, entendido como arte marcial, también debe incluir el estudio y desarrollo de otras cualidades humanas como: salud y prevención de enfermedades; técnicas lúdicas para satisfacer el gran tiempo de ocio del que se dispone en la actualidad; aspectos filosóficos, entre otros. Y, por fin, aspectos espirituales que se pueden desarrollar por medio de la meditación zen, del Koto Dama o del Do In.

Coincido por tanto plenamente en el concepto original de la concepción de karate, entendido como karate -do. La idea primitiva del maestro Yabu Kentsu, continuada por Itosu y desarrollada plenamente por Funakoshi shihan, creo que tiene todavía en la actualidad plena vigencia. No se debe perder aquel espíritu forjado a lo largo de cientos de años. El dojo-kun (normas espirituales del karate) que cuelga de las paredes de muchas escuelas presume de las tres famosas palabras:  cuerpo – mente – espíritu, pero parece que últimamente deberían cambiarlo por: cuerpo – deporte. El espíritu se ha “transmutado” en “competición” y como consecuencia, el arte y el espíritu se han “raquitizado”. Por supuesto que debe existir la competición durante unos años que coinciden con la adolescencia y la juventud. Pero después debe empezar la educación cultural, artística y meditativa que serán con el tiempo el alimento del espíritu y del cuerpo cuando este se haga viejo.

 “El arte realizado con el cuerpo es al espíritu, como la comida lo es al cuerpo”, decía el maestro Teisen Deshimaru.

Limitar las enormes posibilidades que ofrece el mundo del karate-do, a una simple actividad deportiva, es una gran perdida de valores. Veo diariamente en el dojo alumnos mayores e incluso cada vez más y más jóvenes, que se interesan y preguntan frecuentemente por los cursos de meditación Zen, las salidas al aire libre, las clases de auto masaje japonés (Do In) e incluso caligrafía kanji, despiertan una gran curiosidad. Naturalmente,  el interés por la competición se mantiene intacto en un reducido grupo de alumnos y tiene una importancia fundamental en ciertos momentos de la vida del joven, pero éstas dejan en el alumno  un vacío interior al transcurrir el tiempo, que entiendo que sólo se puede rellenar con una cultura paralela a las artes marciales: la cultura y la riqueza espiritual que proporcionan las actividades no deportivas , las que en la actualidad podríamos considerar como “exóticas” y que son las que pueden perdurar durante toda la vida, mientras que el deporte competitivo tiene fecha de caducidad.

El karate moderno no puede permitirse el lujo de perder el profundo sentido que tiene cada gesto que se hace dentro de un dojo. Desde el saludo inicial, -el respeto al fundador-, los saludos al sensei encargado de la clase, los saludos entre los alumnos y la total atención todas y cada una de las múltiples acciones que se efectúan durante la sesión de entrenamiento, todo ello debe estar imbuido por una atención que se manifiesta en una entrega total a cada aquí y ahora. De no ser así, entonces no debemos decir que practicamos karate-do, sino, sólo karate-deporte, que está muy bien como actividad lúdica y como divertimento, pero que solo es un pequeño apéndice para la enorme capacidad liberadora que puede ofrecer el karate-do, -el karate que enseñaron los antiguos maestros okinawenses. Su sudor y su respeto todavía en reconocido en la frente y en el alma de muchos de nosotros cien años después de ellos.


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