Nacido en Shuri no Tobaru en el año 1830, Itosu Yasutsune alcanzó, a los 85 años de edad, el sueño de todos los káratekas – ser, MEIJIN. Alcanzar el grado de “meijin”, significa que alguien ha llevado su arte hasta límites fuera de las fronteras del poder físico normal. Solo se puede llegar a ser “meijin” después de muchos años de dolorosa disciplina e infinita paciencia.
Comenzó su largo viaje hacia ese estado de última perfección desde muy temprana edad. Cuando tenía siete años, su padre, un reconocido samurai, comenzó su entrenamiento con sistemas “pedagógicos” que actualmente nos pondría los pelos de punta, pero que en aquellos tiempos eran considerados “de buena educación”… Parece ser, que su progenitor le ataba con un cinturón (obi) a una estaca clavada al suelo dejándole dos palmos de cuerda libre para que pudiera moverse alrededor de esta. Después, comenzaba a “fajarle” y la golpeaba con un palo. El niño intentaba parar y coger el palo con las manos como podía, y al no tener éxito, daba vueltas hasta quedar amarrado al palo. El padre que no paraba los empellones, continuaba con los ataques hasta que el niño impotente, comenzaba a llorar. Esto no activaba la compasión del padre, sino todo lo contrario, continuaba con las ofensas. Solo cuando el niño, en su desesperación, comenzaba a enfrentarse a su padre, este paraba los asaltos.
El padre de Itosu continuó con este proceso todos los días hasta que estuvo satisfecho de los resultados, los cuales no eran otros que desarrollar lo que el denominaba “el espíritu del luchador”. En aquella época, eran admitidos estos entrenamientos salvajes y el propio padre lo describe así: “Esta es una forma rigurosa y dura, sin duda, pero el ambiente en el que el niño se desarrollará es un entorno duro y riguroso. El niño deberá entrenarse así hasta llegar a ser un hombre orgulloso, un luchador digno hijo de un padre samurai”.
Un buen día del año 1846, cuando era Sho Iku el rey de Okinawa, el joven Itosu acompañó a su padre a visitar al Maestro Matsumura, que por entones tenía 54 años. Después de los saludos formales, el padre de Itosu solicitó a Matsumura que acogiera a su hijo como deshi (alumno).
Al ver Itosu al famoso e imponente Maestro de samurais, en lugar de mostrar timidez en la mirada y debilidad en el gesto, después del respetuoso saludo, mantuvo la mirada fija en los ojos del Maestro. No parpadeó ni un momento y su expresión, aún siendo un niño, se mostraba serena como mirando al infinito horizonte. Matsumura miró al joven adolescente, frunció el ceño, y dijo:
“Pareces delgado a primera vista, yo diría que las Artes Marciales no son para ti. Pero hay algo en tu mirada que me gusta. Recuerda siempre esto: la actitud es importante, el camino es difícil y se requiere una enorme cantidad de esfuerzo para practicar Artes Marciales”.
Después de esto, Itosu asintió con la cabeza y permaneció un buen rato mirando fijamente al maestro mientras su abdomen se hinchaba y deshinchaba al ritmo de su tranquila respiración.
Las clases empezaron al día siguiente. Desde el principio, Itosu no perdió ningún día de entrenamiento. No había descanso. Matsumura regañó, atormentó, dirigió, fue brusco, castigó y demandó total e incondicional sumisión y obediencia y pronto el niño de 16 años se transformó en un hombre de 24. Su cuerpo se desarrollo completamente llegando a ser el hombre más alto de Shuri. Poseía un mentón redondo como un barril de cerveza. Si no fuera por su enorme bigote, tendría el aspecto de un “buen niño”. El carácter reivindicativo y orgulloso del pueblo okinawense tendría en el su mejor adalid contra el imperialismo japonés. En ocho años logró aprender lo que cualquier otro hubiera necesitado cuarenta. Posiblemente, el “entrenamiento” terrible al que le sometió su padre desde niño, fue determinante para lograr trasformarle en una imponente máquina de guerra.
Sho Tai era entonces el rey de Okinawa. Sho Iku, el que fuera rey cuando Itosu conoció a Matsumura, estuvo desde entonces bajo la custodia de Japón. Los japoneses adoptaron la estratagema política consistente en retener a estos reyes y a numerosos miembros de la nobleza okinawense en Tokio − más bien en calidad de secuestrados que de visita. Con esta estrategia se pretendía mantener controlados a los isleños. Estas prácticas políticas eran comunes durante el Shogunato (gobierno) de Tokugawa y, continuaron en el Japón moderno hasta la derrota de la Segunda Guerra Mundial.
Este era el ambiente político en el que vivió Itosu. Es muy importante conocer estos aspectos sociopolíticos para entender las diferencias culturales y sociales que enfrentaban al pueblo isleño del archipiélago de las islas RyuKyu, con capital en Okinawa, contra los invasores imperialistas japoneses que provenían, bien armados y militarizados, del norte. Como no podían expresarse libremente en lo político, los aspectos “deportivos” eran por entonces la única posibilidad para exteriorizar las emociones que sentían los campesinos okinawenses. Efectivamente, casi todas las acciones de lucha en las que se vio envuelto Itosu se produjeron por una necesidad de expresión patriótica. El carácter orgulloso de los okinawenses se manifestaba por un fuerte apego a la tierra y a las tradiciones ancestrales. Este carácter es todavía reconocible en la actualidad.
Pasado el tiempo, un día Itosu decidió hacer un viaje a Naha-shi con la intención de ver las luchas de toros que por entonces se celebraban en Okinawa. Cuando estaba entrando en la ciudad de Naha, vio a una gran multitud moviéndose desorganizadamente y pudo ver a un toro corriendo libremente hacia él.
“Corre, corre por tu vida”, oyó gritar a la gente. ¡El toro esta fuera de control y ha roto todas las barreras! ¡Te matará!
A pesar de todo, Itosu continuó andando despacio cuesta abajo, recto hacia la dirección que traía el toro enloquecido. Mucha gente recordó, después del incidente, cómo la expresión de aquel hombre se volvió tranquila y abierta mientras se dirigía hacia una muerte segura.
El toro cargó contra él con la cabeza baja. Itosu dio un paso lateral, al mismo tiempo que se abrazaba al cuello del toro por detrás de los cuernos. Los que no habían corrido despavoridos quedaron mudos. Vieron a aquel hombre que, agarrando ambos cuernos como un volante, forzaba el cuello del toro con tanta precisión que este acabo cayendo al suelo de lado. Al desaparecer la polvareda, la gente pudo ver cómo el hombre agarraba de tal manera al toro que este no podía utilizar sus patas que coceaban al aire. El animal mugía, bramaba y resoplaba cansándose más y más, mientras aquel loco no mostraba signo alguno de cansancio. Por fin, un grupo de jóvenes consiguió atar las patas del animal y este fue retirado mansamente.
La importancia de la fiesta del toro quedaron ensombrecidas por aquel acontecimiento y la gente no hablaba más que de esta aventura tan brava. Se empezó a especular entonces acerca de las posibilidades que este luchador tendría en un enfrentamiento contra el mejor luchador de Naha.
En aquellos tiempos de final de siglo, a medida que el kárate ganaba en popularidad en los programas de educación física pública, una gran rivalidad se fue gestando entre las ciudades de Shuri y Naha. Dos escuelas prevalecían sobre todas las demás: el estilo Shorin-Ryu y el Goyu-Ryu.
En la ciudad de Naha se realizaban retos “permitidos” por la policía. Había una gran roca delante de un barrio llamado Yamagataya. Esta roca se llamaba Ude-kake-shi. La gran roca, marcaba el área de duelos, un sitio donde se realizaban peleas y apuestas para demostrar la supremacía de unos estilos de karate contra otros. El barrio de Yamagataya era la zona “roja”de la ciudad donde la policía miraba para otro sitio cuando se celebraban los combates. Estas peleas se pueden considerar como el principio de los torneos modernos de combate. Muchas reputaciones fueron ensalzadas y perdidas en aquellas confrontaciones. Para ganar fama, todo lo que tenía que hacer un candidato era poner la mano encima de la roca, lo cual significaba el deseo de enfrentarse contra cualquiera que se presentara por allí. Pronto aparecían los fuertes del pueblo y, sin más dilación, se iniciaban los golpes…sin reglas. En aquella época, el campeón era Naha-no-Tomoyose, un invencible campesino, enorme en tamaño e ídolo de la ciudad de Naha.
En el año 1856, la humedad insoportable de su pueblo natal Suri acabó siendo insoportable para la salud de Itosu, por lo que se mudo a Naha donde se disfrutaba de un clima más seco. Aquí empezó su destino como luchador.
Un día, al poco de llegar a Naha, fue a sentarse y dormitar cerca del mar. Se apoyó contra la gran roca Ude-kaki-shi, donde oyó comentarios que no le gustaron.
“Shuri no puede producir un hombre que pueda vencer a nuestro campeón Tomoyose. El kárate de Suri es solo para lucirse y nada más”, dijo otra voz. “En Naha nosotros producimos artistas marciales para el combate real, no para la peluquería”.
“Tienes razón,” aseveró otro. “¡Si no fuera por bushi Matsumura, el karate de shuri no tendría nada!”
Itosu decidió hacer algo acerca de esa conversación que estaba hiriendo su orgullo. Se levantó y se dirigió directamente al grupo parlanchín y dijo: “Creo que ustedes, señores, están equivocados acerca del karate de Shuri y de su campeón Tomoyose. Si me dicen simplemente cómo puedo hacer para enfrentarme a él, estaría encantado de demostrarles de qué manera el kárate “de peluquería” se comporta en el combate real”.
Con gran alegría, los paisanos se apresuraron a complacer al iluso.
Al día siguiente, Itosu fue a Naha y se dirigió a la famosa roca. La gente estaba empezando a marcharse después de que Tomoyose se hubiera marchado del lugar después de despachar a todos los contendientes que se habían atrevido a enfrentarse con él ese día. Itosu, con la intención de que no se marchara nadie más, saltó rápidamente encima de la roca y, con palmadas, desafió a los allí presentes. Esto fue suficiente para que la multitud regresara y, en un instante, tuvo delante de él a un fornido y enorme hombre.
Sin más dilación, el hombretón saltó encima de la roca y después de realizar un raquítico gesto de saludo, lanzó un golpe alto hacía la cabeza de Itosu, pero antes de que el puño recorriera la mitad de su camino, el de Naha ya había conectado tres golpes secos a su cabeza. El hombre dobló las rodillas y cayó al suelo totalmente inconsciente. Pasó un instante hasta que dos amigos del derrotado saltaran a la roca haciendo grandes gestos e insultando a Itosu y a su ciudad. Eran malos perdedores, decían que el forastero le había atacado traicioneramente, cosa que no era verdad, pues el ataque lo inicio el lugareño. Rodearon los flancos de Itosu y, a una señal, atacaron simultáneamente. Antes de que cayeran sobre él, Itosu saltó a la derecha, mientras bloqueaba el codo descendente de uno de los atacantes con sus dos manos cruzadas. Al mismo tiempo, lanzó su talón derecho contra la mandíbula del otro levantándole en el aire y cayendo este con los brazos abiertos e inconsciente con gran dificultad para respirar. Inmediatamente, lanzó su otra pierna hacia la entrepierna del que estaba agarrando, siendo el resultado de esta acción otro hombre en el suelo con los brazos abiertos inmóvil. El silencio era sepulcral, la gente no podía creer lo que estaba sucediendo; en menos de diez segundos dos fornidos peleadores plácidamente durmiendo y el otro asfixiándose.
“¿Queda algún hombre con el valor suficiente para enfrentarse a un karateka de Shuri?”, preguntó Itosu a los espectadores mirando alrededor lentamente.
“Juegos de peluquería”, recitó con una profunda y potente voz, “Me considero satisfecho”.
Entonces otro ciclópeo hombre, más impresionante que el mismo Itosu, emergió arrogante entre la multitud. Los ojos de Itosu parpadearon un instante por la sorpresa reconociendo al campeón Tomoyose. Pensó inmediatamente que tenía que acabar con ese personaje lo más rápidamente posible pues se le veía muy potente y mucho más fuerte que él, así que la única posibilidad que tenía era la velocidad.
Los dos hombres se saludaron, pusieron las manos sobre la roca Ude-kake-shi, y comenzaron a girar uno con respecto al otro. La gente comenzó a hacer apuestas, estas estaban a diez contra uno en contra del hombre de Shuri. Tomoyose lanzó de repente un golpe en gancho directo a la sien izquierda de Itosu tan fuerte como para matar a un oso. Itosu bloqueó el brazo con el canto de su mano derecha (shuto) y saltó al lado contrario. Se pudo oír un crujido, como cuando se rompe una caña. El brazo del campeón colgaba roto en dos, como si tuviera dos codos articulados, y su cara mostraba un dolor espantoso. El gran Tomoyose acababa de ser derrotado por el hombre de Shuri en un segundo de un solo golpe.
LOS RETOS
El Maestro Itosu mantuvo muchos combates individuales y contra varios combatientes al mismo tiempo. En aquellos combates se admitían no solo paisanos okinawenses, sino también marineros occidentales que recalaban en el puerto. Itosu sufrió muchas heridas en las peleas, pero nunca perdió un combate.
Itosu, tenía el cuerpo tan bien entrenado que parecía invulnerable. En una ocasión, cuando visitaba una zona de recreo de Naha, decidió entrar a un restaurante. De repente, sin previo aviso, un joven le atacó por la espalda lanzándole un fuerte puñetazo al costado. Itosu, sin tan siquiera volverse, endureció sus músculos abdominales haciendo que el puño rebotara al mismo tiempo que agarraba con la mano derecha la muñeca del atacante. Sin volver la cabeza, lo arrastró dentro del restaurante, allí pidió comida y vino a la asustada camarera mientras continuaba sujetando la muñeca de aquel hombre cuyo rostro expresaba una mueca mezcla de dolor y pánico. La tenaza no se abrió. Bebió un sorbo de vino y después lo arrastró hasta colocarlo frente a él mirándolo entonces por primera vez. Después de un rato sonrió y dijo: “No se qué tienes contra mí, pero ¡tomemos un trago juntos! El joven quedo anonadado y profundamente avergonzado.
Después de estos episodios, el nombre de Itosu fue muy conocido en Naha. Era el hombre que había que ganar si se quería tener una reputación importante en el mundo de las artes marciales, e incluso, reconocimiento social. No pasó mucho tiempo después de su enfrentamiento con Tomoyose cuando tuvo la oportunidad de someterse a otro test. Un día, cuando volvía a casa, oyó pronunciar su nombre desde dentro de una taberna. Era un antiguo amigo que le invitó a unas rondas de vino de arroz, el famoso “sake”, para recordar antiguas épocas en afable conversación. Cuando comenzaba a hacerse de noche, Itosu decidió regresar a casa. Era una noche nubosa que apagaba la luz de la luna intermitentemente dejando el camino tan oscuro como una cueva. El sendero serpenteaba y subía y bajaba atravesando el profundo bosque de pinos de Daido. Súbitamente, de entre las sombras aparecieron tres bultos oscuros. Eran bandidos que reclamaban su dinero, cosa bastante frecuente en aquella época sin ley y con muy poco control policial. Nadie en su sano juicio se atrevía a atravesar aquellos bosques en solitario y menos aún durante la noche, esto era un suicidio.
“Si esa bolsa es tan gorda como su cabeza, es una buena presa”, dijo el primer bandido con voz rasposa a los otros dos.
Itosu miro al que hablaba y noto que llevaba un sai (pincho agrícola de tres puntas). El otro portaba un bo (palo) de l,90 cm, mientras el tercero iba con las manos vacías. En ese momento las palabras de su maestro Matsumura llegaron como un rayo a su mente:
“Si alguna vez te ves envuelto en un ataque múltiple, concéntrate primero en el arma que pueda ser lanzada y después en las demás”.
Mientras una nube oscurecía la luna, Itosu aprovecho esta oportunidad para actuar antes de que la frase dicha por el bandido acabara de pronunciarse. Dio un salto y, agarrándose a una rama se perdió entre el follaje, fuera de la vista de los atacantes. El hombre del sai, armó hacia atrás su brazo para lanzar el arma, pero dudó un instante para poder precisar mejor la puntería. Mientras se movía para encontrar una posición más favorable desde la cual ver mejor su diana, no pudo percibir cómo el que iba a robar se lanzaba sobre él desde arriba arrebatándole de la mano el arma mientras caía al suelo de pié. Itosu le aplicó entonces un golpe con el canto de la mano (shuto) directamente a la nuca, rompiéndole el cuello.
El hombre del bo era el siguiente. Llegó demasiado tarde para salvar a su colega. Después de unos escasos segundos de amagos, Itosu, mientras daba pasos hacia atrás protegiéndose con el sai, se dio cuenta de que este bandido era un experto en el uso del palo el cual lo utilizaba como un arma letal. Entonces descubrió que los movimientos que realizaba aquel hombre pertenecían a un kata conocida como “shiu shi no kon”. Esta era una kata que fue introducida en Okinawa por un maestro chino y que tenía mucha peligrosidad, pues no era una kata que empezaba y acababa con cortesía, como todas las técnicas nobles, sino que empezaba y acababa con ataques directos y mortales: “por eso seguramente la ha aprendido el bribón”, pensó Itosu. Sabiendo el peligro que corría, Itosu, se arriesgó. En el instante cuando el bo iba hacia atrás para armarse, y que es un punto débil de este kata. En ese preciso momento, anticipándose a la mortal descarga del palo, con un latigazo de su muñeca, hizo girar el sai como un abanico.
Acertó en la decisión. Al iniciar el hombre la acción de carga, ya tenía el sai clavado profundamente en su pecho, muriendo en el acto. La técnica de anticipación era la única que podía hacer frente a un imponente palo largo manejado por un experto que seguramente ya había realizado anteriormente ataques similares. Si esta técnica anticipatoria no se realiza a la perfección, el desastre puede ser mortal, pero Itusu, como gran maestro, no atacó cuando el arma se estaba preparando, no, su atención se centró en el momento cuando el bandido inspiraba aire mientras armaba el arma hacia atrás. En ese preciso instante la atención y la fuerza del que ataca está en sus mínimos y eso fue exactamente lo que pasó.
El otro hombre, viendo todo esto, salió corriendo despavorido. Vivió lo suficiente para ir contando este lance, el cual contribuyo notablemente a realzar la enorme destreza y la imagen mítica del que después sería el Maestro Itosu.
A pesar de todo y, ni aún, teniendo en cuenta el imponente porte del Maestro, todavía aparecían luchadores que desafiaban a Itosu. Muchos le retaban para alcanzar fama y ponían no solo su integridad física en grave peligro, sino incluso sus vidas. Otros, aun sabiendo que iban a perder, desafiaban al maestro, solo para presumir que habían sido derrotados por el gran hombre y solo esto ya era un gran honor. Incluso a la edad de 75 años todavía se enfrentaba a jóvenes ansiosos de tener el honor de destronar al gran Maestro. Nunca perdió un combate. Él siempre decía que lo que había perdido en fuerza física lo había ganado en sabiduría y equilibrio y esto era superior a cualquier fuerza o técnica.
En aquella época, Okinawa estaba totalmente dominada por Japón. Este país comenzaba a mostrar su poderío en el mundo occidental. Incluso los japoneses más optimistas estaban sorprendidos de cómo la flota rusa, un país mucho más grande que Japón, había sido derrotado en Port Arthur. Sin embargo, todo el acero de los barcos japoneses no era suficiente para doblegar el orgulloso carácter okinawese. Este carácter y este espíritu, estaba encerrado precisamente en las Artes Marciales de las pequeñas islas de Ryukyu, Okinawa.
Pero, contemos una historia que marcó la pauta a seguir por los numerosos karatecas de aquella época y que ha llegado hasta nuestros días como un modelo ético cuando de defender la vida se trate.
EL GRAN RETO
Un día, durante esos años, un policía “naichi”, apodo que recibían los policías japoneses del interior, se mofaba de los karatecas locales empequeñeciendo su arte, retando a cualquiera de ellos. Itosu, que tenía entonces el cargo oficial de programar la educación física en los estudios académicos, se sintió molesto por el comentario y, como ya era costumbre en él, decidió tomar cartas en el asunto.
Se dirigió al director de la Universidad, que era japonés:
“El kárate no es un deporte, le dijo Itosu, “es más bien un arte para matar. Solo se deberá usar para defensa personal y como último recurso”.
El director, que tenía a Itosu en gran estima, se dirigió al alcalde y este confirmo lo alegado por el maestro. Todos los oficiales de la prefectura eran japoneses provenientes de una región del interior llamada Kagoshima. Todos eran de la misma región del policía que había iniciado este debate y además le consideraban invencible, pues era un campeón invicto en el arte de Naichi que después pasó a denominarse, Judo.
“Pienso que esta sería una buena oportunidad para comparar el arte del Judo japonés con el kárate okinawense”, se dijo el jefe de la policía. “He tomado la considerada opinión de permitir que se celebre este combate. De esta manera, el pueblo Okinawense reconocerá para siempre que el arte de Naichi es superior al karate”.
Cuando Itosu oyó que el combate fue oficialmente permitido, reunió a todos sus alumnos y les instruyó muy formal y solemnemente. “Pronto veréis el kárate en una situación real de combate, y he decidido enfrentarme al experto en judo personalmente. No le mataré, naturalmente, pero tengo que demostrar a los del interior que el kárate es el arte con las manos vacías más peligroso y efectivo que existe. Por eso, quiero que todos vosotros estéis presentes”.
La confrontación entre los dos grandes artistas marciales fue un gran acontecimiento: Kárate contra Judo. Se celebró por la tarde en el recinto universitario y horas antes de empezar el combate las gradas ya estaban abarrotadas de estudiantes policías y público. Los policías y los oficiales japoneses no se contenían en mostrar su sarcasmo contra los isleños okinawenses. Un silencio sepulcral se hizo en el recinto cuando entró aquel venerable hombre de 75 años de edad para defender el honor del kárate.
La indignación del público japonés llegó a mostrarse como un gran enfado colectivo. Sintieron que se insultaba a su gran campeón de Judo. Su victoria perdería todo el mérito si se limitaba a vencer a un desvalido anciano, pensaron. Por esta razón, el combate fue casi pospuesto, y lo hubiera sido de no ser pública la tremenda reputación de Itosu. Así pues, con algunas reservas, entró el experto en Judo al cuadrilátero.
No hubo ni jueces ni tiempo, el combate se ordenaba por las leyes de cortesía y dignidad que cualquier ciudadano conocía. El reto concluiría cuando uno de los dos abandonara voluntariamente, perdiera la conciencia o muriera.
Después de hacer las inclinaciones delcortes saludo, el experto judoka comenzó el combate describiendo un círculo alrededor de Itosu. Hacía gestos burlescos como para mostrar su superioridad ante un anciano al que iba a derrotar “perdonándole la vida”… Mientras tanto, con gran calma, Itosu, pivotaba mientras mantenía la mirada fijada en los ojos del japonés. El viejo isleño se mostraba tan relajado que parecía ridículo incluso para sus alumnos. De improviso, el policía se abalanzó hacía adelante y agarró la manga y el escote de la ropa de Itosu, pero en menos de un parpadeo, los espectadores vieron con sorpresa cómo el japonés caía al suelo. Itosu había conectado su puño izquierdo profundamente en el plexo solar del Judoka, acompañado de un sonoro grito seco (kiai). El joven quedó en el suelo encogido de lado intentando respirar con dificultad.
Todo sucedió tan rápidamente que los oficiales japoneses quedaron sin palabras. Solo oyeron un único kiai, y allí estaba en el suelo retorciéndose el admirado campeón. Entonces, Itosu, tranquilamente, se inclinó hacia el caído, y comenzó a practicar una técnica de “katsu”(arte de la recuperación) y, en muy poco tiempo, sus arrugadas y manchadas manos con lunares seniles, consiguieron que el judoka se sentara anonadado y recuperara el estado normal.
Después, Itosu se dirigió hacia la zona donde se encontraban sus alumnos, y con su característica voz crujiente, que era perfectamente escuchada debido al silencio que se creó en la sala, les instruyó con este monólogo:
“Hoy”, dijo, “habéis visto lo que el kárate puede hacer contra el no iniciado en el kárate. Nunca debería ser usado a no ser que no haya otro recurso. Espero que este combate y esta lección la contéis a vuestros futuros alumnos y sea recordada para siempre. El karate, no es deporte, el karate es un solo golpe y victoria o derrota”.
Diciendo esto, Itosu se marchó lenta y tranquilamente y este acontecimiento entró en la historia.
Actualmente, Itosu es recordado sobre todo por sus katas. Durante todos los largos años de enseñanza académica, centró sus esfuerzos en que cada persona debería alcanzar el máximo de sus posibilidades físicas a lo largo de su vida. Llegó al convencimiento de que cada persona tiene que desarrollar el máximo de perfección hacia sí mismo y hacia los demás. Defendía que, antes de desarrollar cualquier tipo de actividad en la vida, el estudiante debería desarrollar un máximo de equilibrio entre el cuerpo y la mente. Estaba totalmente convencido de que el entrenamiento serio y continuado de los katas era el mejor sistema para alcanzar el éxito en estos puntos.
Él enseñaba que el control del movimiento del cuerpo, la observación de la respiración, la calma de la mente y la concentración podían desarrollarse plenamente a través de la práctica de los katas. Itosu creía que, utilizando el kárate, el hombre podía canalizar la violencia y redescubrir el cuerpo como herramienta de expresión. Creía firmemente en el adagio griego que dice: “mens sana in corpore sano”.
El Kárate, tal como se practica hoy, le debe mucho a Itosu. Él usó el kárate, no solo como defensa personal de gran eficacia, sino como un vehículo para transformar el carácter del ser humano. Su frase más famosa fue:
“El kárate es una forma de vida, un camino para alcanzar la completa seguridad en sí mismo y la ausencia de miedos”.
Efectivamente, el Karate es una materia que concierne a los tres elementos fundamentales que configuran un ser humano: “lo físico – lo emocional − lo espiritual”. El karate está en contra de la beligerancia innecesaria y de la gloria fatua.
Todos estos avatares quizás no los hubiera podido llevar a cabo una sola persona si ésta no hubiera tenido ese espíritu severo y un entrenamiento límite que forjó un carácter del que todavía en la actualidad nos alimentamos los que amamos las Artes Marciales. Alumnos notables posteriores, como lo fue el Maestro Funakoshi, continuaron aquel camino de búsqueda de la perfección física y mental, un camino de realización personal a través del cual se pretende alcanzar los últimos límites de perfección física y mental. Esta es la vía, el camino, que en la actualidad recordamos los practicantes con el nombre de DO y que, en gran medida, se la debemos al Maestro Itosu.
Desde antiguo se ha dicho y siempre ha sucedido:
“SE CENSURA A LOS QUE PERMANECEN SILENCIOSOS Y A LOS QUE HABLAN DEMASIADO. A LOS QUE HABLAN POCO TAMBIÉN SE LOS CENSURA. EN ESTE MUNDO NO HAY NADIE QUE NO HAYA SIDO CENSURADO.”
Por eso, exprésate en el ruido y en el silencio, pero siempre, exprésate, sino no lo haces en vida, cuándo lo vas a hacer. En este mundo hasta las piedras y el agua sufren censuras; sé piedra o sé agua, pero sé algo para que los demás puedan censurar así les darás, por lo menos, un poco de vida.