El lugar donde se practica el Karate–Do se denomina DOJO. Es un lugar donde se entrena el cuerpo y se libera la mente.
Según el budismo, “todo lugar es un Dojo”.
En el transcurso de una sesión de Karate–Do, se reproducen situaciones similares a las del quehacer diario: miedos, ansiedades, reacciones y hábitos.
Podemos decir que en un dojo se reproduce un microcosmos. Es un lugar donde podemos aprender mucho, en poco tiempo, de nosotros mismos, quiénes somos a qué hemos venido…
Los conflictos que se producen en el Dojo son como una reproducción teatral de lo que nos sucede en el mundo; vemos un problema, lo analizamos y lo resolvemos y siempre podemos contar con un compañero o con el sensei.
La disciplina y la concentración continua fuera del Dojo, por eso decimos “que todo lugar es un Dojo”.
El sensei está en el centro de todo. Sensei quiere decir “el que ha vivido antes”, es decir el que ya ha pasado por donde tu estás ahora. Para llegar a ser considerado un sensei has tenido que soportar; dolores, sacrificios, evitar muchas tentaciones que te separan del Karate–Do, respetar las enseñanzas de los senseis mayores, escuchar horas y horas los comentarios acertados y equívocos de los alumnos…
El sensei de Karate–Do se parece mucho a un maestro ZEN; nunca busca al alumno y no le impide si se marcha.
El sensei ofrece un camino duro y difícil que exige especialmente; elasticidad, fuerza y potencia. El sensei le orienta en ese camino para que el cuerpo del alumno no se rompa y pueda alcanzar la meta que su voluntad permita.
En el Dojo se siente “el corazón, la mente y el cuerpo”. Solo entrenando con humildad y respeto se puede alcanzar esa unión.
El alumno llegara un día a comprender el verdadero del Karate–Do que no es otro que, SENTIR EL KI DEL TIEMPO.